PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Supongo que tampoco en este caso descubro nada nuevo con la afirmación de que una explicación incompleta o, simplemente, una omisión en una narración pueden falsear toda una realidad, pero quizás sea oportuno un ejemplo para ilustrarla: Si me limitase a escribir un “prólogo a la segunda edición” de esta especie de libro sin más explicación podría dar la impresión de que la primera edición había sido un éxito. Se habría agotado. Pero si completamos la información con datos tales como que la primera edición constaba de cuatro mil ejemplares y que parte de ellos (prefiero no saber cuantos) se estropearon en el almacén por una fuga de agua, la imagen es muy diferente (es decir, patética) y más real.
De todas formas, esa primera edición ha superado con creces mis expectativas, porque ha permitido a cierto número de personas leer su contenido con calma y reflexión y tener una visión de conjunto de las ideas y argumentos, más o menos consistentes, contenidos en él. Sólo por esto, mi agradecimiento al intrépido editor será eterno.
Debo confesar que cuando Jon me comunicó su intención de publicar “una selección” de mis artículos imaginaba algo así como un mazo de fotocopias. No podía imaginar que tuviese aspecto de verdadero libro ni, mucho menos, que en unos pocos años “Ediciones Crimentales”, cuya denominación es tan inteligente como significativa (como poco comercial) dispusiera de un fondo editorial de bellos libros, de libros de verdad, como el que tiene. Pero esto es sólo un insignificante aspecto de la exuberante y alegre capacidad de trabajo físico e intelectual de Jon, cuyas polifacéticas actividades (incluidas las científicas) no voy a enumerar porque sólo su narración me resulta agotadora. Sólo puedo decir que todos y cada uno de sus optimistas pasos están orientados a un mismo fin: aportar algo que sea positivo para él y, sobre todo, para los demás.
Mi optimista amigo ha calmado la preocupación que reflejaba en el “prólogo a la primera edición” por su posible ruina. Las nuevas tecnologías que permiten editar pequeñas tiradas de libros “por encargo” nos van a permitir presumir, en unos pocos meses, de que ya vamos “por la sexta edición”. Puede parecer un triste consuelo, pero al mismo tiempo es una gratificante muestra de cómo una mente creativa, un espíritu positivo, puede burlar las “leyes” del mercado y no ser su víctima si no tiene la obsesión de enriquecerse.
De todos modos, tampoco era necesario ser un experto en “prospectiva” para predecir que este libro no iba a ser precisamente un best-seller. Era evidente que no cumplía ninguna de las condiciones necesarias, comenzando por una mínima calidad literaria, aunque eso no ha sido nunca mi preocupación ni, mucho menos, mi objetivo. Pero, entre las muchas condiciones que no cumplía (vamos a obviar los aspectos “comerciales”), una que puede merecer cierta consideración es que las condiciones para su recepción no eran (no son), ni mucho menos, las adecuadas. Y no me refiero solamente a las condiciones del “mercado” (la evolución no es precisamente un tema por el que el público en general sienta una especial avidez), ni tampoco solamente a las condiciones científicas (ya “se sabe” todo lo que hay que saber sobre la evolución), sino a las condiciones, digamos sociales, a una actitud compartida por el ámbito científico y los grandes medios de comunicación, los “creadores de opinión”, de confianza ciega en lo que está “científicamente demostrado”. Y “la teoría de la evolución” de Darwin está más que demostrada, como asume la comunidad científica. Cualquier crítica a “la” teoría de la evolución no merece ser tenida en cuenta: “ya se sabe de donde viene”. Creo que nunca en la historia de la Ciencia ha existido una tal comunión espiritual, tal estado de romance permanente entre una disciplina científica y los grandes medios de comunicación como la existente durante los últimos años, especialmente este 2009, con la Biología. Claro que la Biología ha sido denominada “la ciencia del siglo XXI” y hay grandes esperanzas o, más bien, grandes intereses depositados en ella.
Sin embargo, muchos biólogos (es decir, no todos) y muchos “creadores de opinión” (tampoco todos) se sorprenderían si tuvieran información sobre el enorme caos, la enorme confusión en la que está inmersa la Biología. Las flagrantes contradicciones entre los conocimientos que se están acumulando, gracias a los progresos tecnológicos en la observación de los fenómenos naturales reales, y los supuestos teóricos en los que se basan esas esperanzas, o mejor, esos intereses. Un caos teórico más acentuado cada día que pasa y se acumulan nuevos conocimientos porque los supuestos teóricos superados, desbordados por estos conocimientos son, al parecer, inamovibles. Ante esta situación que se puede calificar como irracional, y mucho más cuando se supone que la Ciencia es el máximo exponente de la racionalidad humana, la pregunta que surge es ¿cómo es posible que una base teórica que pretende explicar la Naturaleza, la vida, que ha sido elaborada sobre suposiciones si la menor base empírica y explicaciones (justificaciones) de las relaciones sociales, en un momento histórico muy especial (la Revolución industrial) y bajo una óptica cultural muy especial (el calvinismo victoriano) haya alcanzado tanto poder como para resultar inamovible a pesar de los progresos en los conocimientos? ¿Por qué no ha sucedido con la Biología lo que se ha producido con la Física, la Química, y las Matemáticas, a las que el poder de resolución de las nuevas tecnologías han revolucionado sus fundamentos teóricos, su concepción de la realidad? ¿Qué tiene de especial la base teórica de la Biología, una disciplina más compleja que sus tres compañeras, porque sus procesos han de cumplir las “leyes” de la Física, de la Química y de las Matemáticas y, además, tienen las capacidades de autoorganización, reproducción y comunicación con el ambiente, para que su base conceptual no haya cambiado desde mediados del siglo XIX? ¿Por qué la selección “natural”, un concepto basado en la observación de los criadores de animales domésticos y cuyo significado inicial se limitaba a la supervivencia diferencial de unos animales (los “más adecuados”) sobre otros se ha elevado a dogma intocable de la Biología y ha quedado como explicación “del todo”, como “deus ex machina” capaz hasta de insuflar vida a lo inanimado?
La sensación de confianza que produce la comunicación con un reducido círculo de lectores me anima a transmitirles algunas confidencias personales y algunas informaciones con la que me he topado en mi intento de comprender esta extraña situación que hace ignorar los datos más evidentes y repetir jaculatorias sin la menor base como si fueran la verdad revelada.
Cuando intentas cumplir con lo que debería ser tu trabajo intentando aportar alguna idea que permita poner algo de racionalidad en el caos teórico en que está sumida la Biología y compruebas que la respuesta más general es una descalificación total del intento sin molestarse en verificar los datos científicos aportados. Cuando intentas transmitir que tu intención no es arrogarte el papel de “propietario” de una nueva teoría de la evolución (las ideas no tienen dueño), sino que tu intención es transmitir a la sociedad, en la medida de tus posibilidades, que las cosas no son así de terribles porque son “leyes naturales”; que la Naturaleza, la vida, no tiene nada que ver con la sórdida concepción competitiva, individualista, egoísta que nos han transmitido y a sugerir a la “comunidad científica”, especialmente a los jóvenes biólogos, que tienen mucho por hacer y mucho que aportar, que tienen por delante el apasionante trabajo de rehacer la Biología, y lo que recibes son insultos sin tomarse la molestia de intentar rebatir tus argumentos, te das cuenta de que esas reacciones no tienen el carácter de debate científico sosegado, racional. Son respuestas con un gran contenido “emocional”, como las de los fanáticos religiosos. Entonces, se te ocurre que una manera de intentar comprender esta situación puede ser ir a su origen, es decir, buscar los motivos por los que una crítica a una idea se puede llegar a considerar “una agresión”.
Y el primer paso que puede parecer más lógico es ir a la fuente de estas ideas. A los libros de Darwin. Y te quedas boquiabierto. ¿Cómo es posible que semejantes, llamémoslos “engendros” para no resultar demasiado ofensivo, se hayan convertido en la base “de la que nace toda la biología moderna”? Es más, en la explicación de la vida, de la realidad, de las relaciones entre los seres vivos, Hombre incluido. El libro emblemático de Darwin, “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia” muy especialmente la primera edición, cuyo éxito fue resonante, pero también las otras seis que fue modificando “asesorado” por Hooker, Lyell y, sobre todo, Huxley era (sigue siendo, a pesar de las “correcciones”) un texto confuso de un aficionado, lleno de argumentaciones que podíamos calificar como “espesas”, basado en la cría de animales domésticos, especialmente de palomas, repleto de especulaciones mezcla de ideas lamarckistas, “neutralistas”, populares, y de fenómenos absurdos “que le habían contado” y con graves carencias científicas con respecto a lo que ya se sabía en aquellos tiempos sobre la evolución. Sólo con leer su resumen final sobre el batiburrillo de sus ideas se puede comprobar lo enormemente confusas que eran.
El intento de explicación sobre la, difícilmente comprensible, implantación del darwinismo que yo asumía en este libro era la mantenida por ilustres pensadores sobre la acogida favorable por parte de las elites sociales de la aplicación de las hipócritas ideas de Malthus y Spencer, a los que Darwin cita en su libro como sus inspiradores, a la Naturaleza. Pero por los datos históricos que he podido conocer recientemente, es posible que su idea (su “ocurrencia”) de que en la Naturaleza existe algo semejante a lo que hacen los ganaderos llamado selección “natural” basado en cambios “al azar” tenga un peso aún mayor en esta implantación.
Veamos a qué datos históricos me refiero: En los textos “oficiales” sobre las circunstancias que rodearon “la gran revolución” del darwinismo, figura Sir Thomas Henry Huxley como “el bulldog de Darwin”. La idea que yo había obtenido de los textos “oficiales” sobre su participación en la epopeya de “La teoría de la evolución” era la de una especie de científico “free lance” devoto de Darwin que le defendió en el manido debate con el obispo Wilbeforce, en el que el desconcertado Darwin no participó y que, al parecer no fue tan épico como nos han contado. Los datos que he obtenido, procedentes de la Enciclopedia Británica son los siguientes: Bajo el título El poder y “el Papa” Huxley, nos cuenta que Huxley era “un científico líder en su época y un activista político, cualidades que le aportaron las palancas necesarias para ayudar a construir un orden social en el que la ciencia y el profesionalismo reemplazasen a los clásicos y el mecenazgo”. Fundó, junto con Sir Joseph Dalton Hooker (otro poderoso protector de Darwin), el X-Club, en el que también figuraban Herbert Spencer, John Tindall y otros que, durante una década, controlaron la Royal Society. Huxley fue presidente de la Geological Society, la Ethnological Society, la British Association for the Advancement of Science, la Marine Biological Association y la Royal Society. “Con plazas en 10 Comisiones Reales, deliberando sobre todo, desde las pesquerías a las enfermedades o la vivisección, penetró claramente en los laberínticos corredores del poder”. También, junto con Hooker, fundó la revista Nature. El X-Club fue fundado con el objetivo de “promover el darwinismo y el liberalismo científico” y “fue acusado de ejercer demasiada influencia sobre el ambiente científico de Londres” es decir, del Imperio.
Creo que esto nos puede dar una pista de cómo se impuso el darwinismo y se silenciaron las voces de científicos (verdaderos científicos) discrepantes, como St. George Mivart, un zoólogo evolucionista que derribó con argumentos que se pueden seguir sosteniendo en la actualidad, la idea de la selección “natural”. Naturalmente, a Darwin, al que sus apologistas presentan como “un incomprendido en su tierra”, le hicieron miembro de las más importantes sociedades científicas y a su muerte fue objeto de un funeral de estado en la abadía de Westmister, en la que sólo estaban enterradas cinco personas no pertenecientes a la nobleza.
No pretendo haber dado con la explicación total del afianzamiento de una “teoría” de semejante valor científico, porque, además las condiciones sociales, culturales e históricas eran las adecuadas para su recepción, pero creo que en Huxley está la clave o, al menos, una parte fundamental de ella, que sigue manteniendo su peso en la actualidad. El “orden social en el que la ciencia y el profesionalismo reemplazasen a los clásicos y el mecenazgo” que el poderoso Huxley “ayudó a construír” fue el resultado de la revolución de la nueva burguesía inglesa surgida de la Revolución industrial. En la segunda mitad del siglo XIX las clases medias de Gran Bretaña adquirieron un poder creciente que fue desplazando a la nobleza y a los terratenientes tradicionales. Este nuevo poder luchaba por una reforma en la administración y por una educación laica que, entre otras cosas, liberase a la ciencia (y a ellos mismos) de la tutela de la iglesia establecida, justificadora del orden social tradicional. El darwinismo de Huxley fue la base ideológica de esta “revolución” de la burguesía, que justificaba su acceso al poder mediante “la lucha por la vida” y “la supervivencia del más apto” (conceptos que, como es sabido, John Rockefeller y otros magnates norteamericanos “hechos a sí mismos” abrazaron con entusiasmo). El azar y la selección “natural” era la forma de rebatir “la intervención divina” en la explicación del mundo. De liberarse de la tutela del poder eclesiástico. El resultado es que convirtieron a “la Ciencia” en la nueva religión. Y al darwinismo en la explicación “total” de la vida. De la realidad.
Y quizás esta concepción “religiosa” de la ciencia esté en el origen del encendido debate que, desde el punto de vista científico es absolutamente incomprensible, entre los darwinistas y los creacionistas. Desde luego, tiene mucho de debate artificial, porque es utilizado por los darwinistas para atribuirse el papel de defensores de “la ciencia” frente al oscurantismo de la religión, (que es lo que en la iconografía darwinista representa el debate entre Huxley y el obispo Wilbeforce) y para arrojar dudas sobre los no “creyentes” en Darwin, pero también puede tener un componente de debate “religioso” de raíz anglosajona que en nuestro país, al igual que la concepción darwinista-calvinista de la vida, de las relaciones entre los seres vivos, incluido el Hombre es, simplemente, otra “importación” cultural.
Desde luego, Sir Thomas Henry Huxley tenía mucho poder. Y es necesario mucho poder y mucha capacidad de control de las instituciones científicas para conseguir elevar a un hombre con una mente tan “sencilla” a la categoría de “genio” que nos trajo “la verdad” (porque todas las religiones necesitan de un “profeta”). Pero el sencillo, el desconcertado Darwin no parecía acabárselo de creer a juzgar por cómo finaliza sus reveladoras memorias: “Con unas facultades tan ordinarias como las que poseo, es verdaderamente sorprendente que haya influenciado en grado considerable las creencias de los científicos respecto a algunos puntos importantes”. Aquí, reclamo la atención del lector para que repare en la frase “algunos puntos importantes”, porque el darwinismo de los darwinistas no era el de Darwin, sino una “selección” (y, por tanto, artificial) de las confusas ideas, ya mencionadas, de Darwin que les resultaban más convenientes, es decir, “el azar” y la selección “natural”, con todo lo que ésta implica. Es más, cuando, al final de su vida, comenzó a entender algo de la evolución, Darwin abandonó el concepto de selección “natural” y en su lugar propuso la Pangénesis, una idea confusamente lamarckiana, según la cual, cada órgano segregaba unas “gémulas” por la que se transmitían a los descendientes los caracteres adquiridos por los progenitores por la influencia del ambiente. Cabe suponer que pensó que le concederían tanta autoridad como cuando propuso la selección “natural”, pero su primo Sir Francis Galton le disuadió de la idea, incluso publicó un artículo atacándola. Se puede comprender perfectamente por qué, teniendo en cuenta que Galton fue el fundador oficial de la eugenesia.
Aunque no es así como nos lo cuentan en las “hagiografías” sobre Darwin, si relacionamos los datos históricos con su propia narración de los hechos, parece claro que el pobre, el desconcertado Darwin, fue tomado bajo la “tutela” de unos cuantos hombres poderosos (Hooker, Lyell, Galton, pero sobre todo Huxley) que tenían las ideas muy claras sobre lo que significaba la “explicación” de la vida y la justificación de las terribles condiciones sociales y coloniales de la época, y que fueron “asesorando” a Darwin en la elaboración de su “gran obra” y a lo largo de las sucesivas correcciones y ampliaciones de las otras siete ediciones sucesivas y le fueron “explicando” cuales de sus ideas eran las adecuadas. En su autobiografía, el dócil Darwin comenta: “No tengo la gran presteza de aprehensión o ingenio, tan notable en algunos hombres inteligentes, por ejemplo Huxley”. Efectivamente, el inteligente Huxley fue el que le sugirió que introdujese el término evolución en la sexta edición de su libro. Al parecer, Darwin no sabía que era de eso de lo que pretendía hablar en “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”.
Pero no se puede eximir al “pobre Darwin” de toda la responsabilidad sobre la repercusión de sus ideas. En su segunda “gran obra” en la que al decir de nuestros más prestigiosos historiadores de la Ciencia “situó al Hombre en su lugar en la Naturaleza” y que nos han transmitido como “El origen del Hombre”, pero que también tenía otro título tan significativo como “El ascenso del Hombre y la selección en relación al sexo”, Darwin nos transmite muy claramente cual es el significado real que para él tenía el concepto de selección “natural”. Cual era el “estado evolutivo” de los “pueblos salvajes”, de “el negro”, incluso de la mujer, como veremos más adelante. Cómo era el “ascenso” gradual que llevaba a la cumbre de la Humanidad en la que, lógicamente, estaban situados los hombres de su casta social “de los que dependía todo progreso”. Pero sus ideas no sólo comprendían una justificación de la situación. También proponía “soluciones” a los problemas que planteaban los individuos “inferiores”; la eliminación de los “inadecuados”: “Es incalculable la prontitud con que las razas domésticas degeneran cuando no se las cuida o se las cuida mal; y a excepción hecha por el hombre, ninguno es tan ignorante que permita sacar crías a sus peores animales”. Porque, según su “base teórica”, es decir la selección de los ganaderos “la transmisión libre de las perversas cualidades de de los malhechores se impide ejecutándolos o reduciéndolos a la cárcel por mucho tiempo” ya que “en la cría de animales domésticos es elemento muy importante de buenos resultados la eliminación de aquellos individuos que, aunque sea en corto número, presenten cualidades inferiores”. Es comprensible que las autoridades darwinistas no hagan mucho hincapié en que se lea directamente a Darwin. Ya se encargan ellos de transmitirnos el “verdadero mensaje” lleno de amor al Hombre y a la Naturaleza que se ocultaba en sus, al parecer, cabalísticos textos. En cualquier caso, sobre “El origen del hombre” suelen hablar de pasada, pero lo cierto es que es un libro que tuvo una gran influencia y terribles consecuencias sociales e históricas en la primera mitad del siglo XX, pero que parece que aún no han terminado. En el libro de Darwin, repleto de argumentos sobre las razas inferiores, los obreros y los “degenerados y, con frecuencia, viciosos” en una gama que abarca (y lamento parecer excesivo, pero es la impresión que me producen) desde repugnantes hasta ridículos, cita como autoridades a personajes cuyas ideas mostraban un profundo desprecio por los marginados y “las razas inferiores”, por ejemplo los irlandeses, pero principalmente, a su primo Sir Francis Galton, primer presidente de la Sociedad eugenésica.
Y este ha resultado ser otro hilo conductor más entre la trama que sostiene el darwinismo en la actualidad. La eugenesia, la repugnante ideología que propugna el impedimento de la reproducción de las personas “inadecuadas”, con “genes malos”, no quedó limitada a los victorianos acomodados que se consideraban la representación de “la culminación de la evolución”. Al eugenismo de los Huxley, los Galton, los Darwin, cuyos descendientes ocuparon cargos prominentes en las sociedades eugenésicas (Leonard Darwin sucedió a Galton en la dirección de la Sociedad Eugenésica y fue el que introdujo la eugenesia “negativa”, es decir, la prohibición de reproducirse a los débiles e “imperfectos” física o mentalmente), le siguió la extensión de estas ideas en el ámbito científico, como consecuencia de la “evidencia” de la necesidad de “mejorar” a la Humanidad según las ideas de Darwin. De hecho, todos los matemáticos y genetistas implicados en la “creación” de la genética de poblaciones con el objetivo de “demostrar matemáticamente” cómo la selección natural podía “fijar” variaciones “imperceptibles”, eran eugenistas, porque las ideas de cambio (“ascenso”) gradual y, sobre todo la selección “natural” son las bases fundamentales de esa ideología.
No voy a repetir aquí las terribles consecuencias que las aplicaciones de estas ideas tuvieron para millones de pobres gentes porque se podrán ver más adelante, pero sí quisiera añadir algunas de las documentaciones que no había conseguido para los textos que componen este libro y a las que he tenido acceso recientemente. Las ideas eugenésicas no han desaparecido. Las sociedades eugenésicas norteamericanas han cambiado de nombre en la actualidad (The Society for the Study of Social Biology, por ejemplo) aunque en Gran Bretaña mantienen denominaciones más elocuentes, como el Galton Institute, y se mantienen en prestigiosas universidades. Pero la conexión más reveladora es la que surge a partir de la entrada de los grandes magnates mundiales en el campo de la genética molecular, la “biotecnología” y los “estudios sociales”, con nombres como Rockefeller, Rostchild, Carnegie… y su apoyo a actividades claramente encaminadas a prácticas eugenésicas en las que han contado con el apoyo de prestigiosas instituciones oficiales, el respaldo “científico” de famosos comunicadores sobre “la naturaleza” y la complicidad de los grandes magnates de la información. El reducido número de personas que están detrás de la industria farmacéutica, de la biotecnológica, de los transgénicos… y de la información, tienen mucho dinero y, por tanto, mucho poder. No quiero profundizar aquí en este tema porque podría ser acusado de “conspiranoico”, un término acuñado por los “creadores de opinión” (estos mismos magnates han creado centros para “crear opinión” mediante la difusión de tópicos), para los que denuncian estas maquinaciones. Prefiero que el lector investigue por su cuenta, por ejemplo sobre el Tavistock Institute. Pero sí quiero decir que mi búsqueda de información sobre estos temas me ha llevado a comprobar que el Mundo está en manos de verdaderos paranoicos (por cierto, como es lógico, fervientes creyentes en la selección “natural”), que han adquirido tanto poder que se sienten autorizados para decidir el destino de la Humanidad, y quienes o cuantos les sobran. No es una “teoría conspirativa”. Lo han comentado públicamente y se les puede ver en los medios de comunicación durante reuniones en las que comparten sus preocupaciones “filantrópicas” por el aumento de la población mundial.
Sí, fue necesario mucho poder para implantar el darwinismo y es necesario mucho poder para mantenerlo. Y lo hay, porque es necesario mucho poder y mucha capacidad de control de la información, (los países “avanzados” somos las sociedades más condicionadas, más manipuladas mentalmente de la historia), y de control de la Ciencia para mantener esta situación científicamente irracional. Para imponer una concepción de la Naturaleza, de la vida, tan terrible para los ciudadanos de a pie, pero tan útil para los poderosos. Comprendo perfectamente a mis colegas que me acusan de “mezclar Ciencia con ideología”, porque “la Ciencia” debería de ser una búsqueda del conocimiento liberada de prejuicios. Pero yo les sugeriría que reflexionasen sobre qué están realmente diciendo cuando hablan de genes “egoístas”, de competencia celular, de coste-beneficio, de ventajas adaptativas o de éxito evolutivo… de selección “natural”. Que piensen si esas son “descripciones objetivas despojadas de ideología”. Que los científicos más premiados reflexionen sobre qué es lo que están comunicando a la sociedad cuando afirman que “la competencia está en la naturaleza humana” y los que triunfan son “los mejores”, que el comportamiento humano está “en los genes” o que “cambiar genes es algo trivial”.
La imposición de la interpretación “patológica” de una Naturaleza, de una vida regida por el egoísmo y la competencia y en la que el “éxito” es para “los más aptos” ha llevado a que las sociedades se hayan convertido en un inhóspito campo de batalla en el que el individualismo, la competencia, y la soledad son las que rigen las relaciones humanas, y a convertir a la Naturaleza, un ente inerte en el que sus componentes son, simplemente, “recursos naturales” y en la que todos son “competidores”, en un ecosistema en creciente degradación, cuyo desequilibrio pronto conducirá a que la vida de los seres humanos se convierta en una verdadera “lucha por la supervivencia” si no reaccionamos a tiempo.
No se puede dominar, controlar a la Naturaleza. Es infinitamente más poderosa que los hombres y tiene sus propias “reglas”. Las interpretaciones derivadas de la concepción reduccionista (simplista), competitiva, regida por “el azar”, y las actuaciones derivadas de ellas, es decir, la lucha contra las bacterias y los virus, las manipulaciones de procesos no bien comprendidos y menos controlados se pueden convertir (de hecho, ya se han convertido) en un peligro a añadir a los derivados del cruel sistema económico (que comparte sus raíces, incluso el vocabulario, con la concepción darwinista de la realidad) que ha dejado a la Humanidad en manos de personas insaciables y sin escrúpulos.
Esto que voy a decir puede resultar poco estimulante para los lectores que hayan tenido la paciencia de llegar hasta el final de este prólogo pero, si he de ser sincero, no tengo la menor esperanza en que este aberrante estado de cosas cambie. El asfixiante poder de manipulación, de control de la información que se ha puesto especialmente de manifiesto durante este “año de Darwin” con las narraciones repletas de omisiones, medias verdades y mentiras completas, con la colaboración de “estómagos agradecidos” e incluso de sus propias víctimas convencidas de estar defendiendo a “la ciencia” de los ataques del oscurantismo creacionista, no va permitir una reflexión sosegada sobre lo que significan los nuevos conocimientos sobre la Naturaleza. Unos conocimientos reales que, a pesar de que han sido arrollados por las grandes perspectivas de las aplicaciones de las manipulaciones genéticas para “el desarrollo” y “la competitividad” anunciadas por los grandes medios de comunicación, nos muestran una Naturaleza de increíble belleza y complejidad, de integración, de comunicación entre los organismos y el ambiente, en la que todos sus componentes son necesarios para su funcionamiento equilibrado. En la que todos, especialmente las astronómicas cifras de bacterias y virus en que vivimos inmersos, en nuestro interior y en nuestro exterior, en los mares y en los suelos están conectados en una compleja “red de la vida” que comunica el mundo orgánico con el inorgánico y que convierte a la Naturaleza en algo vivo. Con ganas de vivir. Pero nos la están matando.
No. No parece que los que gobiernan el Mundo vayan a permitir que el Hombre se reconcilie con la Naturaleza. Que recupere la antigua sabiduría. Hemos tenido mala suerte.
Pero hubiera sido bonito…
Alcalá de Henares, 18 de Agosto de 2009
Nota de ZC: Este libro puede conseguirse en varias librerías, reales y virtuales. Por ejemplo, en la casa del libro; o directamente desde la editorial "Ediciones Crimentales"
En latinoamérica, puede adquirise en esta página.
Sería muy recomendable adquirir el libro previo del Dr.Sandín, que se titula "Lamarck y los Mensajeros"
De todas formas, esa primera edición ha superado con creces mis expectativas, porque ha permitido a cierto número de personas leer su contenido con calma y reflexión y tener una visión de conjunto de las ideas y argumentos, más o menos consistentes, contenidos en él. Sólo por esto, mi agradecimiento al intrépido editor será eterno.
Debo confesar que cuando Jon me comunicó su intención de publicar “una selección” de mis artículos imaginaba algo así como un mazo de fotocopias. No podía imaginar que tuviese aspecto de verdadero libro ni, mucho menos, que en unos pocos años “Ediciones Crimentales”, cuya denominación es tan inteligente como significativa (como poco comercial) dispusiera de un fondo editorial de bellos libros, de libros de verdad, como el que tiene. Pero esto es sólo un insignificante aspecto de la exuberante y alegre capacidad de trabajo físico e intelectual de Jon, cuyas polifacéticas actividades (incluidas las científicas) no voy a enumerar porque sólo su narración me resulta agotadora. Sólo puedo decir que todos y cada uno de sus optimistas pasos están orientados a un mismo fin: aportar algo que sea positivo para él y, sobre todo, para los demás.
Mi optimista amigo ha calmado la preocupación que reflejaba en el “prólogo a la primera edición” por su posible ruina. Las nuevas tecnologías que permiten editar pequeñas tiradas de libros “por encargo” nos van a permitir presumir, en unos pocos meses, de que ya vamos “por la sexta edición”. Puede parecer un triste consuelo, pero al mismo tiempo es una gratificante muestra de cómo una mente creativa, un espíritu positivo, puede burlar las “leyes” del mercado y no ser su víctima si no tiene la obsesión de enriquecerse.
De todos modos, tampoco era necesario ser un experto en “prospectiva” para predecir que este libro no iba a ser precisamente un best-seller. Era evidente que no cumplía ninguna de las condiciones necesarias, comenzando por una mínima calidad literaria, aunque eso no ha sido nunca mi preocupación ni, mucho menos, mi objetivo. Pero, entre las muchas condiciones que no cumplía (vamos a obviar los aspectos “comerciales”), una que puede merecer cierta consideración es que las condiciones para su recepción no eran (no son), ni mucho menos, las adecuadas. Y no me refiero solamente a las condiciones del “mercado” (la evolución no es precisamente un tema por el que el público en general sienta una especial avidez), ni tampoco solamente a las condiciones científicas (ya “se sabe” todo lo que hay que saber sobre la evolución), sino a las condiciones, digamos sociales, a una actitud compartida por el ámbito científico y los grandes medios de comunicación, los “creadores de opinión”, de confianza ciega en lo que está “científicamente demostrado”. Y “la teoría de la evolución” de Darwin está más que demostrada, como asume la comunidad científica. Cualquier crítica a “la” teoría de la evolución no merece ser tenida en cuenta: “ya se sabe de donde viene”. Creo que nunca en la historia de la Ciencia ha existido una tal comunión espiritual, tal estado de romance permanente entre una disciplina científica y los grandes medios de comunicación como la existente durante los últimos años, especialmente este 2009, con la Biología. Claro que la Biología ha sido denominada “la ciencia del siglo XXI” y hay grandes esperanzas o, más bien, grandes intereses depositados en ella.
Sin embargo, muchos biólogos (es decir, no todos) y muchos “creadores de opinión” (tampoco todos) se sorprenderían si tuvieran información sobre el enorme caos, la enorme confusión en la que está inmersa la Biología. Las flagrantes contradicciones entre los conocimientos que se están acumulando, gracias a los progresos tecnológicos en la observación de los fenómenos naturales reales, y los supuestos teóricos en los que se basan esas esperanzas, o mejor, esos intereses. Un caos teórico más acentuado cada día que pasa y se acumulan nuevos conocimientos porque los supuestos teóricos superados, desbordados por estos conocimientos son, al parecer, inamovibles. Ante esta situación que se puede calificar como irracional, y mucho más cuando se supone que la Ciencia es el máximo exponente de la racionalidad humana, la pregunta que surge es ¿cómo es posible que una base teórica que pretende explicar la Naturaleza, la vida, que ha sido elaborada sobre suposiciones si la menor base empírica y explicaciones (justificaciones) de las relaciones sociales, en un momento histórico muy especial (la Revolución industrial) y bajo una óptica cultural muy especial (el calvinismo victoriano) haya alcanzado tanto poder como para resultar inamovible a pesar de los progresos en los conocimientos? ¿Por qué no ha sucedido con la Biología lo que se ha producido con la Física, la Química, y las Matemáticas, a las que el poder de resolución de las nuevas tecnologías han revolucionado sus fundamentos teóricos, su concepción de la realidad? ¿Qué tiene de especial la base teórica de la Biología, una disciplina más compleja que sus tres compañeras, porque sus procesos han de cumplir las “leyes” de la Física, de la Química y de las Matemáticas y, además, tienen las capacidades de autoorganización, reproducción y comunicación con el ambiente, para que su base conceptual no haya cambiado desde mediados del siglo XIX? ¿Por qué la selección “natural”, un concepto basado en la observación de los criadores de animales domésticos y cuyo significado inicial se limitaba a la supervivencia diferencial de unos animales (los “más adecuados”) sobre otros se ha elevado a dogma intocable de la Biología y ha quedado como explicación “del todo”, como “deus ex machina” capaz hasta de insuflar vida a lo inanimado?
La sensación de confianza que produce la comunicación con un reducido círculo de lectores me anima a transmitirles algunas confidencias personales y algunas informaciones con la que me he topado en mi intento de comprender esta extraña situación que hace ignorar los datos más evidentes y repetir jaculatorias sin la menor base como si fueran la verdad revelada.
Cuando intentas cumplir con lo que debería ser tu trabajo intentando aportar alguna idea que permita poner algo de racionalidad en el caos teórico en que está sumida la Biología y compruebas que la respuesta más general es una descalificación total del intento sin molestarse en verificar los datos científicos aportados. Cuando intentas transmitir que tu intención no es arrogarte el papel de “propietario” de una nueva teoría de la evolución (las ideas no tienen dueño), sino que tu intención es transmitir a la sociedad, en la medida de tus posibilidades, que las cosas no son así de terribles porque son “leyes naturales”; que la Naturaleza, la vida, no tiene nada que ver con la sórdida concepción competitiva, individualista, egoísta que nos han transmitido y a sugerir a la “comunidad científica”, especialmente a los jóvenes biólogos, que tienen mucho por hacer y mucho que aportar, que tienen por delante el apasionante trabajo de rehacer la Biología, y lo que recibes son insultos sin tomarse la molestia de intentar rebatir tus argumentos, te das cuenta de que esas reacciones no tienen el carácter de debate científico sosegado, racional. Son respuestas con un gran contenido “emocional”, como las de los fanáticos religiosos. Entonces, se te ocurre que una manera de intentar comprender esta situación puede ser ir a su origen, es decir, buscar los motivos por los que una crítica a una idea se puede llegar a considerar “una agresión”.
Y el primer paso que puede parecer más lógico es ir a la fuente de estas ideas. A los libros de Darwin. Y te quedas boquiabierto. ¿Cómo es posible que semejantes, llamémoslos “engendros” para no resultar demasiado ofensivo, se hayan convertido en la base “de la que nace toda la biología moderna”? Es más, en la explicación de la vida, de la realidad, de las relaciones entre los seres vivos, Hombre incluido. El libro emblemático de Darwin, “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia” muy especialmente la primera edición, cuyo éxito fue resonante, pero también las otras seis que fue modificando “asesorado” por Hooker, Lyell y, sobre todo, Huxley era (sigue siendo, a pesar de las “correcciones”) un texto confuso de un aficionado, lleno de argumentaciones que podíamos calificar como “espesas”, basado en la cría de animales domésticos, especialmente de palomas, repleto de especulaciones mezcla de ideas lamarckistas, “neutralistas”, populares, y de fenómenos absurdos “que le habían contado” y con graves carencias científicas con respecto a lo que ya se sabía en aquellos tiempos sobre la evolución. Sólo con leer su resumen final sobre el batiburrillo de sus ideas se puede comprobar lo enormemente confusas que eran.
El intento de explicación sobre la, difícilmente comprensible, implantación del darwinismo que yo asumía en este libro era la mantenida por ilustres pensadores sobre la acogida favorable por parte de las elites sociales de la aplicación de las hipócritas ideas de Malthus y Spencer, a los que Darwin cita en su libro como sus inspiradores, a la Naturaleza. Pero por los datos históricos que he podido conocer recientemente, es posible que su idea (su “ocurrencia”) de que en la Naturaleza existe algo semejante a lo que hacen los ganaderos llamado selección “natural” basado en cambios “al azar” tenga un peso aún mayor en esta implantación.
Veamos a qué datos históricos me refiero: En los textos “oficiales” sobre las circunstancias que rodearon “la gran revolución” del darwinismo, figura Sir Thomas Henry Huxley como “el bulldog de Darwin”. La idea que yo había obtenido de los textos “oficiales” sobre su participación en la epopeya de “La teoría de la evolución” era la de una especie de científico “free lance” devoto de Darwin que le defendió en el manido debate con el obispo Wilbeforce, en el que el desconcertado Darwin no participó y que, al parecer no fue tan épico como nos han contado. Los datos que he obtenido, procedentes de la Enciclopedia Británica son los siguientes: Bajo el título El poder y “el Papa” Huxley, nos cuenta que Huxley era “un científico líder en su época y un activista político, cualidades que le aportaron las palancas necesarias para ayudar a construir un orden social en el que la ciencia y el profesionalismo reemplazasen a los clásicos y el mecenazgo”. Fundó, junto con Sir Joseph Dalton Hooker (otro poderoso protector de Darwin), el X-Club, en el que también figuraban Herbert Spencer, John Tindall y otros que, durante una década, controlaron la Royal Society. Huxley fue presidente de la Geological Society, la Ethnological Society, la British Association for the Advancement of Science, la Marine Biological Association y la Royal Society. “Con plazas en 10 Comisiones Reales, deliberando sobre todo, desde las pesquerías a las enfermedades o la vivisección, penetró claramente en los laberínticos corredores del poder”. También, junto con Hooker, fundó la revista Nature. El X-Club fue fundado con el objetivo de “promover el darwinismo y el liberalismo científico” y “fue acusado de ejercer demasiada influencia sobre el ambiente científico de Londres” es decir, del Imperio.
Creo que esto nos puede dar una pista de cómo se impuso el darwinismo y se silenciaron las voces de científicos (verdaderos científicos) discrepantes, como St. George Mivart, un zoólogo evolucionista que derribó con argumentos que se pueden seguir sosteniendo en la actualidad, la idea de la selección “natural”. Naturalmente, a Darwin, al que sus apologistas presentan como “un incomprendido en su tierra”, le hicieron miembro de las más importantes sociedades científicas y a su muerte fue objeto de un funeral de estado en la abadía de Westmister, en la que sólo estaban enterradas cinco personas no pertenecientes a la nobleza.
No pretendo haber dado con la explicación total del afianzamiento de una “teoría” de semejante valor científico, porque, además las condiciones sociales, culturales e históricas eran las adecuadas para su recepción, pero creo que en Huxley está la clave o, al menos, una parte fundamental de ella, que sigue manteniendo su peso en la actualidad. El “orden social en el que la ciencia y el profesionalismo reemplazasen a los clásicos y el mecenazgo” que el poderoso Huxley “ayudó a construír” fue el resultado de la revolución de la nueva burguesía inglesa surgida de la Revolución industrial. En la segunda mitad del siglo XIX las clases medias de Gran Bretaña adquirieron un poder creciente que fue desplazando a la nobleza y a los terratenientes tradicionales. Este nuevo poder luchaba por una reforma en la administración y por una educación laica que, entre otras cosas, liberase a la ciencia (y a ellos mismos) de la tutela de la iglesia establecida, justificadora del orden social tradicional. El darwinismo de Huxley fue la base ideológica de esta “revolución” de la burguesía, que justificaba su acceso al poder mediante “la lucha por la vida” y “la supervivencia del más apto” (conceptos que, como es sabido, John Rockefeller y otros magnates norteamericanos “hechos a sí mismos” abrazaron con entusiasmo). El azar y la selección “natural” era la forma de rebatir “la intervención divina” en la explicación del mundo. De liberarse de la tutela del poder eclesiástico. El resultado es que convirtieron a “la Ciencia” en la nueva religión. Y al darwinismo en la explicación “total” de la vida. De la realidad.
Y quizás esta concepción “religiosa” de la ciencia esté en el origen del encendido debate que, desde el punto de vista científico es absolutamente incomprensible, entre los darwinistas y los creacionistas. Desde luego, tiene mucho de debate artificial, porque es utilizado por los darwinistas para atribuirse el papel de defensores de “la ciencia” frente al oscurantismo de la religión, (que es lo que en la iconografía darwinista representa el debate entre Huxley y el obispo Wilbeforce) y para arrojar dudas sobre los no “creyentes” en Darwin, pero también puede tener un componente de debate “religioso” de raíz anglosajona que en nuestro país, al igual que la concepción darwinista-calvinista de la vida, de las relaciones entre los seres vivos, incluido el Hombre es, simplemente, otra “importación” cultural.
Desde luego, Sir Thomas Henry Huxley tenía mucho poder. Y es necesario mucho poder y mucha capacidad de control de las instituciones científicas para conseguir elevar a un hombre con una mente tan “sencilla” a la categoría de “genio” que nos trajo “la verdad” (porque todas las religiones necesitan de un “profeta”). Pero el sencillo, el desconcertado Darwin no parecía acabárselo de creer a juzgar por cómo finaliza sus reveladoras memorias: “Con unas facultades tan ordinarias como las que poseo, es verdaderamente sorprendente que haya influenciado en grado considerable las creencias de los científicos respecto a algunos puntos importantes”. Aquí, reclamo la atención del lector para que repare en la frase “algunos puntos importantes”, porque el darwinismo de los darwinistas no era el de Darwin, sino una “selección” (y, por tanto, artificial) de las confusas ideas, ya mencionadas, de Darwin que les resultaban más convenientes, es decir, “el azar” y la selección “natural”, con todo lo que ésta implica. Es más, cuando, al final de su vida, comenzó a entender algo de la evolución, Darwin abandonó el concepto de selección “natural” y en su lugar propuso la Pangénesis, una idea confusamente lamarckiana, según la cual, cada órgano segregaba unas “gémulas” por la que se transmitían a los descendientes los caracteres adquiridos por los progenitores por la influencia del ambiente. Cabe suponer que pensó que le concederían tanta autoridad como cuando propuso la selección “natural”, pero su primo Sir Francis Galton le disuadió de la idea, incluso publicó un artículo atacándola. Se puede comprender perfectamente por qué, teniendo en cuenta que Galton fue el fundador oficial de la eugenesia.
Aunque no es así como nos lo cuentan en las “hagiografías” sobre Darwin, si relacionamos los datos históricos con su propia narración de los hechos, parece claro que el pobre, el desconcertado Darwin, fue tomado bajo la “tutela” de unos cuantos hombres poderosos (Hooker, Lyell, Galton, pero sobre todo Huxley) que tenían las ideas muy claras sobre lo que significaba la “explicación” de la vida y la justificación de las terribles condiciones sociales y coloniales de la época, y que fueron “asesorando” a Darwin en la elaboración de su “gran obra” y a lo largo de las sucesivas correcciones y ampliaciones de las otras siete ediciones sucesivas y le fueron “explicando” cuales de sus ideas eran las adecuadas. En su autobiografía, el dócil Darwin comenta: “No tengo la gran presteza de aprehensión o ingenio, tan notable en algunos hombres inteligentes, por ejemplo Huxley”. Efectivamente, el inteligente Huxley fue el que le sugirió que introdujese el término evolución en la sexta edición de su libro. Al parecer, Darwin no sabía que era de eso de lo que pretendía hablar en “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”.
Pero no se puede eximir al “pobre Darwin” de toda la responsabilidad sobre la repercusión de sus ideas. En su segunda “gran obra” en la que al decir de nuestros más prestigiosos historiadores de la Ciencia “situó al Hombre en su lugar en la Naturaleza” y que nos han transmitido como “El origen del Hombre”, pero que también tenía otro título tan significativo como “El ascenso del Hombre y la selección en relación al sexo”, Darwin nos transmite muy claramente cual es el significado real que para él tenía el concepto de selección “natural”. Cual era el “estado evolutivo” de los “pueblos salvajes”, de “el negro”, incluso de la mujer, como veremos más adelante. Cómo era el “ascenso” gradual que llevaba a la cumbre de la Humanidad en la que, lógicamente, estaban situados los hombres de su casta social “de los que dependía todo progreso”. Pero sus ideas no sólo comprendían una justificación de la situación. También proponía “soluciones” a los problemas que planteaban los individuos “inferiores”; la eliminación de los “inadecuados”: “Es incalculable la prontitud con que las razas domésticas degeneran cuando no se las cuida o se las cuida mal; y a excepción hecha por el hombre, ninguno es tan ignorante que permita sacar crías a sus peores animales”. Porque, según su “base teórica”, es decir la selección de los ganaderos “la transmisión libre de las perversas cualidades de de los malhechores se impide ejecutándolos o reduciéndolos a la cárcel por mucho tiempo” ya que “en la cría de animales domésticos es elemento muy importante de buenos resultados la eliminación de aquellos individuos que, aunque sea en corto número, presenten cualidades inferiores”. Es comprensible que las autoridades darwinistas no hagan mucho hincapié en que se lea directamente a Darwin. Ya se encargan ellos de transmitirnos el “verdadero mensaje” lleno de amor al Hombre y a la Naturaleza que se ocultaba en sus, al parecer, cabalísticos textos. En cualquier caso, sobre “El origen del hombre” suelen hablar de pasada, pero lo cierto es que es un libro que tuvo una gran influencia y terribles consecuencias sociales e históricas en la primera mitad del siglo XX, pero que parece que aún no han terminado. En el libro de Darwin, repleto de argumentos sobre las razas inferiores, los obreros y los “degenerados y, con frecuencia, viciosos” en una gama que abarca (y lamento parecer excesivo, pero es la impresión que me producen) desde repugnantes hasta ridículos, cita como autoridades a personajes cuyas ideas mostraban un profundo desprecio por los marginados y “las razas inferiores”, por ejemplo los irlandeses, pero principalmente, a su primo Sir Francis Galton, primer presidente de la Sociedad eugenésica.
Y este ha resultado ser otro hilo conductor más entre la trama que sostiene el darwinismo en la actualidad. La eugenesia, la repugnante ideología que propugna el impedimento de la reproducción de las personas “inadecuadas”, con “genes malos”, no quedó limitada a los victorianos acomodados que se consideraban la representación de “la culminación de la evolución”. Al eugenismo de los Huxley, los Galton, los Darwin, cuyos descendientes ocuparon cargos prominentes en las sociedades eugenésicas (Leonard Darwin sucedió a Galton en la dirección de la Sociedad Eugenésica y fue el que introdujo la eugenesia “negativa”, es decir, la prohibición de reproducirse a los débiles e “imperfectos” física o mentalmente), le siguió la extensión de estas ideas en el ámbito científico, como consecuencia de la “evidencia” de la necesidad de “mejorar” a la Humanidad según las ideas de Darwin. De hecho, todos los matemáticos y genetistas implicados en la “creación” de la genética de poblaciones con el objetivo de “demostrar matemáticamente” cómo la selección natural podía “fijar” variaciones “imperceptibles”, eran eugenistas, porque las ideas de cambio (“ascenso”) gradual y, sobre todo la selección “natural” son las bases fundamentales de esa ideología.
No voy a repetir aquí las terribles consecuencias que las aplicaciones de estas ideas tuvieron para millones de pobres gentes porque se podrán ver más adelante, pero sí quisiera añadir algunas de las documentaciones que no había conseguido para los textos que componen este libro y a las que he tenido acceso recientemente. Las ideas eugenésicas no han desaparecido. Las sociedades eugenésicas norteamericanas han cambiado de nombre en la actualidad (The Society for the Study of Social Biology, por ejemplo) aunque en Gran Bretaña mantienen denominaciones más elocuentes, como el Galton Institute, y se mantienen en prestigiosas universidades. Pero la conexión más reveladora es la que surge a partir de la entrada de los grandes magnates mundiales en el campo de la genética molecular, la “biotecnología” y los “estudios sociales”, con nombres como Rockefeller, Rostchild, Carnegie… y su apoyo a actividades claramente encaminadas a prácticas eugenésicas en las que han contado con el apoyo de prestigiosas instituciones oficiales, el respaldo “científico” de famosos comunicadores sobre “la naturaleza” y la complicidad de los grandes magnates de la información. El reducido número de personas que están detrás de la industria farmacéutica, de la biotecnológica, de los transgénicos… y de la información, tienen mucho dinero y, por tanto, mucho poder. No quiero profundizar aquí en este tema porque podría ser acusado de “conspiranoico”, un término acuñado por los “creadores de opinión” (estos mismos magnates han creado centros para “crear opinión” mediante la difusión de tópicos), para los que denuncian estas maquinaciones. Prefiero que el lector investigue por su cuenta, por ejemplo sobre el Tavistock Institute. Pero sí quiero decir que mi búsqueda de información sobre estos temas me ha llevado a comprobar que el Mundo está en manos de verdaderos paranoicos (por cierto, como es lógico, fervientes creyentes en la selección “natural”), que han adquirido tanto poder que se sienten autorizados para decidir el destino de la Humanidad, y quienes o cuantos les sobran. No es una “teoría conspirativa”. Lo han comentado públicamente y se les puede ver en los medios de comunicación durante reuniones en las que comparten sus preocupaciones “filantrópicas” por el aumento de la población mundial.
Sí, fue necesario mucho poder para implantar el darwinismo y es necesario mucho poder para mantenerlo. Y lo hay, porque es necesario mucho poder y mucha capacidad de control de la información, (los países “avanzados” somos las sociedades más condicionadas, más manipuladas mentalmente de la historia), y de control de la Ciencia para mantener esta situación científicamente irracional. Para imponer una concepción de la Naturaleza, de la vida, tan terrible para los ciudadanos de a pie, pero tan útil para los poderosos. Comprendo perfectamente a mis colegas que me acusan de “mezclar Ciencia con ideología”, porque “la Ciencia” debería de ser una búsqueda del conocimiento liberada de prejuicios. Pero yo les sugeriría que reflexionasen sobre qué están realmente diciendo cuando hablan de genes “egoístas”, de competencia celular, de coste-beneficio, de ventajas adaptativas o de éxito evolutivo… de selección “natural”. Que piensen si esas son “descripciones objetivas despojadas de ideología”. Que los científicos más premiados reflexionen sobre qué es lo que están comunicando a la sociedad cuando afirman que “la competencia está en la naturaleza humana” y los que triunfan son “los mejores”, que el comportamiento humano está “en los genes” o que “cambiar genes es algo trivial”.
La imposición de la interpretación “patológica” de una Naturaleza, de una vida regida por el egoísmo y la competencia y en la que el “éxito” es para “los más aptos” ha llevado a que las sociedades se hayan convertido en un inhóspito campo de batalla en el que el individualismo, la competencia, y la soledad son las que rigen las relaciones humanas, y a convertir a la Naturaleza, un ente inerte en el que sus componentes son, simplemente, “recursos naturales” y en la que todos son “competidores”, en un ecosistema en creciente degradación, cuyo desequilibrio pronto conducirá a que la vida de los seres humanos se convierta en una verdadera “lucha por la supervivencia” si no reaccionamos a tiempo.
No se puede dominar, controlar a la Naturaleza. Es infinitamente más poderosa que los hombres y tiene sus propias “reglas”. Las interpretaciones derivadas de la concepción reduccionista (simplista), competitiva, regida por “el azar”, y las actuaciones derivadas de ellas, es decir, la lucha contra las bacterias y los virus, las manipulaciones de procesos no bien comprendidos y menos controlados se pueden convertir (de hecho, ya se han convertido) en un peligro a añadir a los derivados del cruel sistema económico (que comparte sus raíces, incluso el vocabulario, con la concepción darwinista de la realidad) que ha dejado a la Humanidad en manos de personas insaciables y sin escrúpulos.
Esto que voy a decir puede resultar poco estimulante para los lectores que hayan tenido la paciencia de llegar hasta el final de este prólogo pero, si he de ser sincero, no tengo la menor esperanza en que este aberrante estado de cosas cambie. El asfixiante poder de manipulación, de control de la información que se ha puesto especialmente de manifiesto durante este “año de Darwin” con las narraciones repletas de omisiones, medias verdades y mentiras completas, con la colaboración de “estómagos agradecidos” e incluso de sus propias víctimas convencidas de estar defendiendo a “la ciencia” de los ataques del oscurantismo creacionista, no va permitir una reflexión sosegada sobre lo que significan los nuevos conocimientos sobre la Naturaleza. Unos conocimientos reales que, a pesar de que han sido arrollados por las grandes perspectivas de las aplicaciones de las manipulaciones genéticas para “el desarrollo” y “la competitividad” anunciadas por los grandes medios de comunicación, nos muestran una Naturaleza de increíble belleza y complejidad, de integración, de comunicación entre los organismos y el ambiente, en la que todos sus componentes son necesarios para su funcionamiento equilibrado. En la que todos, especialmente las astronómicas cifras de bacterias y virus en que vivimos inmersos, en nuestro interior y en nuestro exterior, en los mares y en los suelos están conectados en una compleja “red de la vida” que comunica el mundo orgánico con el inorgánico y que convierte a la Naturaleza en algo vivo. Con ganas de vivir. Pero nos la están matando.
No. No parece que los que gobiernan el Mundo vayan a permitir que el Hombre se reconcilie con la Naturaleza. Que recupere la antigua sabiduría. Hemos tenido mala suerte.
Pero hubiera sido bonito…
Alcalá de Henares, 18 de Agosto de 2009
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